RESISTENCIA
Recuerdo cuando la llegada del calor era una celebración. En realidad, no hace tanto de ello. Yo lo saludaba con un acto simbólico, una ceremonia muy simple, consistente en sacar de su encierro invernal una falda de verano y un par de sandalias. Es curioso cómo una acción cotidiana como esta puede cobrar un valor extraordinario. Implica despojarse de capas de ropa, guardar para meses futuros los abrigos y jerséis, que de inmediato adquieren un aire mustio, extemporáneo, al mínimo atisbo de la cercanía del verano. Con ellos tenemos la ilusión de guardar lo malo de la estación que se acaba, los trabajos y las decepciones, las dificultades, las pérdidas. Bendito ciclo de la naturaleza, que nos concede periódicamente la esperanza de renacer. Pero volvamos a mi sencillo ritual. La falda que es parte importante de él no es una falda cualquiera: la compré en una tienda de barrio de un lugar que abandoné hace mucho. Recuerdo que la vi en el escaparate y me enamoré al instante, pero no podí