DEVUÉLVAME MI PENIQUE

Permítanme los lectores de este blog un breve desahogo de mi corazón. Esta mañana, al poner la radio, me ha asaltado, como a tantos otros, la voz del presidente del gobierno desgranando los eslabones de esa cruel cadena de ajustes y recortes que va a estrangular la vida de la gente de a pie de este país durante los próximos meses. Subida del IVA, descenso de las prestaciones por desempleo, eliminación de la paga extraordinaria de Navidad de los funcionarios. Como una amiga se ha aprestado a escribirme, emulando a un entrañable personaje de la Crónica de piedra de Ismaíl Kadaré: “La hecatombe”.

Da casi vergüenza, en este panorama en el que nuestros jóvenes pierden la esperanza de encontrar su primer empleo, en el que los pequeños negocios cierran y los jubilados deben asumir parte del precio de sus medicamentos después de toda una vida pagando los de otras personas con sus impuestos, quejarse porque a uno le eliminan la paga extraordinaria de Navidad. Lo veo aquí escrito y me suena verdaderamente frívolo. No me quejaré, pues. Pero sí voy a contar cómo me he sentido esta mañana al oír la noticia. No en vano los blogs ocupan el lugar, en estos modernos tiempos cibernéticos, de los antiguos diarios y puede que hasta de los confesores.

El presidente del gobierno anuncia en el congreso, con voz campanuda, la eliminación de la paga de Navidad de los funcionarios. Y añade con entonación de Mesías: “…que se podrá recuperar a partir de 2015 a través de fondos de pensiones”. A mí la noticia me pilla en la cocina de casa y me deja paralizada. Tengo, creo recordar, una sartén en la mano. Lo curioso es que me afecta no tanto la primera parte –la veíamos venir- como la coletilla que pretende, supongo, hacer más digerible el golpe y mitigar reacciones virulentas. Es decir, que el dinero que me haría mucha falta en el mes de diciembre se me escamotea con la promesa de su regreso dentro de unos años, en forma de colchón para mi vejez. Tal vez debería –pienso- lanzar al aire la sartén e interpretar una danza de gratitud por lo mucho que el gobierno piensa en mí y en mi futuro. Lo malo es que, por alguna razón que me resisto a analizar aquí, nunca he tenido demasiadas previsiones de alcanzar la vejez. El dinero se me escamotea, y punto. Podría decir que los estadios que atravieso son primero el del desaliento, el de la indignación después. Pero me gusta más el tercero que alcanzo, cuando sorprendentemente me viene a la cabeza el recuerdo de una de las películas favoritas de mi infancia. Sí, aunque parezca extraño: allí de pie en medio de la cocina, sartén en mano y el corazón lleno de negras previsiones, me veo a mí misma como el pequeño Michael Banks, uno de los dos hermanos a los que cuida la sin par institutriz Mary Poppins en la película del mismo nombre.

Los de mi generación seguro que recuerdan la escena. Los más jóvenes, también: la película ha podido verse repetidas veces por la televisión. Los pequeños Jane y Michael acuden acompañados por su padre al solemne banco londinense en el que este trabaja, con el propósito de abrir una cuenta con los ahorros de los niños. Pero hay un problema: Michael prefiere emplear sus dos peniques en comprarle a una viejecita comida para alimentar a las palomas. El director de la entidad –un inenarrable Dick Van Dyke caracterizado de carcamal- intenta convencer al muchachito de que debe pensar en cosas serias y poner los cimientos de su seguridad futura. Es inútil: el niño se revuelve como una fierecilla y, cuando el anciano osa quitarle una de sus monedas, lanza su grito de “¡devuélvame mi penique!”. Es el comienzo de una revolución. Los clientes del banco interpretan que se está negando a uno de ellos la devolución de sus ahorros, y se lanzan a las ventanillas para retirar sus fondos. Se produce un tumulto, la entidad no puede asumir tantas solicitudes de efectivo y, maravillas del cine: la banca británica se tambalea. Todo, por la rabieta de un niño que tiene muy claro que quiere su penique aquí y ahora para emplearlo en el más importante de los objetivos, dar de comer a sus amigas las aves.

Me ha consolado mucho, en esta jornada lamentable, acordarme del pequeño Michael, con sus ojitos azules y su peinado de niño inglés de buena familia. Como él, yo no quiero sentar las bases de mi futuro ni la tranquilidad de mi vejez, sino alimentar ahora a cuantos pájaros vuelen por mi cabeza. En definitivas cuentas: Señor Rajoy, devuélvame mi penique.


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