TRENES A PUNTO DE PARTIR

La última película del director danés Bille August es un maravilloso periplo hacia el pasado, hacia el secreto de las vidas ajenas y hacia el conocimiento de uno mismo. Ya el título anuncia ese trayecto que el espectador puede emprender si, como el protagonista, está dispuesto a subirse a un tren que se encuentra a punto de partir en los primeros fotogramas del film. La perspectiva que se abre es la de un viaje nocturno, un misterio que resolver y una hermosa ciudad. Todo ello, de la mano del actor Jeremy Irons. Supongo que no seré la única: a mí no se me ocurre un plan mejor.

Este Tren nocturno a Lisboa es la adaptación de la novela homónima del autor suizo Pascal Mercier. No he leído la obra que le sirve de base, pero lo que sí resulta evidente al ver la película es su fuerte sustrato literario. Este empieza en la misma trama, ya que el objeto que desencadena la acción es un libro llegado casualmente a manos de un profesor y que despierta en él unos irrefrenables deseos de saberlo todo sobre su desconocido autor, un médico portugués que participó en la resistencia contra el dictador Oliveira Salazar. La película está salpicada así de hermosas citas de la obra que tan profundamente marca al protagonista interpretado por Irons. Pero hay algo más: la misma estructura del guión, el trazado de los personajes, el ritmo con el que fluyen las acciones, sin prisa y sin demora; al salir del cine, tuve la impresión de haberme adentrado en las páginas de una de esas novelas sólidas, llenas de vida y sugerencias, que uno recuerda con especial intensidad de su experiencia como lector. Porque este Tren de noche es un despliegue de actitudes variadas frente a la vida, de personajes ricos y comprensibles en sus grandezas y sus defectos. Y es, sobre todo, una historia que habla de muchas cosas que me afectan profundamente: de amistad y traición, de lealtad a la familia y a la pareja, de valentía frente a la adversidad, del poder de la escritura, del enriquecimiento personal que supone la relación con los otros, de la posibilidad de cambiar la propia vida en el momento más inesperado.

Esta película me ha dado además mucho que pensar en mi condición de novelista, porque tiene uno de los comienzos más atractivos que recuerdo. Presenciamos el arranque de una jornada del protagonista, un hombre maduro al que por pequeños detalles sabemos pronto anclado en una existencia solitaria y descuidada (alguien que juega al ajedrez contra sí mismo o que rescata de la basura un sobre de té porque es el último que le queda sólo puede estar, a efectos narrativos, al borde del derrumbe absoluto o de dar un giro radical a su vida). Lo vemos luego caminando con expresión aburrida bajo la lluvia por las calles de una ciudad gris. Y de pronto, sucede lo inesperado. Lo inesperado tiene un brillante color rojo y reluce en medio de la grisura reinante. Es una muchacha que se ha subido a la barandilla de un puente con la inequívoca intención de suicidarse. El protagonista la salva y, por miedo a dejarla sola, se la lleva consigo al instituto donde trabaja como profesor de latín. La chica se marcha a la primera ocasión, pero deja tras sí su abrigo rojo, en cuyo bolsillo hay un libro de un autor desconocido. Entre las páginas de este aparecen dos billetes para un tren que parte esa misma noche hacia Lisboa. No es necesario nada más; apenas unos minutos de metraje, y ya el espectador se siente asaltado por la imperiosa necesidad de saber qué ocurrirá a continuación. Funcionan en este sentido dos mecanismos: la identificación con ese hombre común que está a punto de cometer la primera locura de su monótona existencia y la curiosidad por averiguar lo que le aguarda al otro extremo del trayecto nocturno que se dispone a iniciar. Y lo que le aguarda es el recuerdo de unas vidas extraordinarias, las de varios jóvenes inmersos en una época turbulenta, enfrentados a los mecanismos de represión de una dictadura, arrebatados por la obligación de afrontar la violencia y la muerte, de elegir entre ser leales a toda costa o traicionar a quien les importa. Las antípodas de la vida ordenada y previsible del viajero que llega en tren a Lisboa, procedente de una ciudad azotada por la lluvia.

Me parece una hermosa metáfora de lo que es una narración, ese billete para un tren de partida inminente. Toda novela, toda película, es la propuesta de un viaje. Uno puede negarse a hacerlo o, como el protagonista de esta cinta, subirse a un vagón sin equipaje, sin mirar hacia atrás, abierto a cuanto pueda ocurrir. Dejarse llevar por una trama es sentir que el tren arranca y el paisaje se desliza frente a nosotros al otro lado de la ventanilla. Y el deseo de cualquier cineasta, de cualquier novelista, que el receptor de su historia sienta el impulso incontenible de subirse a ese tren que está a punto de partir.



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