LA POETA Y EL PINTOR

Hacia 1660, el pintor holandés Johannes Vermeer creó una de sus obras más célebres. Como en todas las humildes maravillas salidas de su paleta, el tema no tiene nada de excepcional: una mujer de atuendo sencillo concentra su atención en la tarea de pasar la leche de un recipiente a otro. Unos pocos utensilios de cocina la rodean; la habitación en la que se encuentra es de una sobria desnudez. Pero la luz procedente de una ventana lateral envuelve la escena con su mágica blancura y le otorga un carácter casi sobrenatural: el tiempo parece haberse detenido, los ruidos de la vida se han quedado en suspenso, alargándose, como una orquesta silenciosa antes de volcarse en la apoteosis final. Nada hay de sorprendente ni de original en lo plasmado sobre el lienzo y, sin embargo, el que se asoma a él tiene la sensación de estar contemplando un milagro, la esencia de la cotidianeidad, la belleza absoluta que yace en el fondo de las pequeñas cosas.

Tres siglos y medio más tarde, la poeta polaca Wislawa Szymborska dedicó un poema maravilloso al cuadro La lechera de Vermeer. Son muchos los hombres y mujeres de letras que se han atrevido con la pintura, pero no siempre se ha producido una conjunción tan feliz entre pinceles y palabras. Concisa, certera, rastreadora de lo universal a partir de lo concreto, Szymborska es sin duda la autora ideal para captar lo que hay de portentoso en esta obra simultáneamente sencilla y sublime. Le bastan seis versos para expresar lo que ha hecho correr ríos de tinta a lo largo de los siglos. Milagros de la poesía.

VERMEER, de Wislawa Szymborska

Mientras esa mujer del Rijksmuseum
con esa calma y concentración pintadas
siga vertiendo día tras día
leche de la jarra al cuenco
no merecerá el Mundo
el fin del mundo.

De Aquí (2009)

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