SOBRE MÍ


Nací en Madrid en la gloriosa década del Mayo Francés, la llegada del hombre a la Luna y los Beatles. La primera vez que posé mis ojos en una página en blanco, tuve claro que debía hacer algo con ella. Decidí entonces dibujar y me puse a la tarea con ahínco. Consecuencia de esta decisión son innumerables folios, cuartillas, cuadernos y márgenes de libros llenos de garabatos y bocetos, muchos de los cuales aún conservo. Contemplando esas reliquias de tiempos lejanos se puede deducir fácilmente la razón de que decidiera cambiar de actividad y emplear mis lápices para contar historias.

Empecé a escribir con diez años. Rectifico: empecé a escribir con asiduidad. Antes de eso, había emborronado ya unas cuantas hojas con pequeños cuentos. Pero cuando alcancé mi primera década de vida, decidí que era hora de emprender un proyecto más ambicioso. Planeé entonces escribir una novela de piratas, que titulé El rey del Pacífico. Era el nombre del barco de los protagonistas. Me puse a la labor con entusiasmo y orgullo. Solo tenía un problema: ignoraba dónde estaba el océano Pacífico.

Desde entonces, han pasado los años –demasiados-, pero la hoja en blanco me sigue produciendo idéntica emoción. Abordo historias con el mismo empeño que aquella pequeña tan osada, y en ocasiones me encuentro con obstáculos similares cuando surgen en mi camino océanos Pacíficos que no acierto a situar. Las letras han presidido también mi vida en otros sentidos: estudié interpretación y disfruté lo indecible durante un tiempo haciendo teatro; me convertí en profesora de Lengua y en la actualidad sigo inmersa en la maravillosa tarea de enseñar a leer y de contagiar el amor por los libros. Continué escribiendo, es verdad, pero sin pensar en publicar, hasta que varios premios literarios me han permitido sacar a la luz mis creaciones en tiempos recientes. Descubrí así que había algo tan hermoso como extraer una historia de una página en blanco: tener lectores con los que compartirla. Siento especial cariño por el primero de esos premios, una mención como finalista en el Concurso Ana María Matute que convoca desde hace varias décadas la editorial Torremozas. Tuvo el don de llegar en el momento oportuno, cuando tras probar suerte en una larga retahíla de certámenes estaba a punto de darme por vencida y emplear mis energías en otra actividad. Probablemente, las plantas de mi terraza me lo habrían agradecido.